18 de febrero de 2013

Ser catequista. Hacer catequesis, de Álvaro Ginel

Título: Ser catequista. Hacer catequesis.
Autor: Álvaro Ginel.
Editorial: CCS. Páginas: 180.
Año: 2008
ISBN: 9788483167468.

Nos encontramos ante una obra con un marcado carácter didáctico, escrita por el salesiano español Álvaro Ginel, fundador y director de la revista Catequistas. El mismo título del libro da la clave fundamental de su mensaje: para hacer una buena catequesis, hay que ser verdadero catequista. Supone un recuerdo importante, puesto que la tendencia habitual en la catequesis, sobre todo de niños, es buscar que las sesiones “vayan bien”: que se porten, les aproveche, aprendan… Sin embargo, las tareas del catequista se nutren de su especial vocación eclesial.

Como es de esperar, el libro está dividido en dos secciones. La primera, “Ser catequista”, parte de la constatación de que asumir esta función no puede ser “algo que toca” o un mero repetir lo recibido hace pocos o muchos años. Es una verdadera vocación, enraizada en el “id y anunciad” de Jesús de Nazaret y engarzada en la larga tradición catequística de la Iglesia. Los cuatro primeros capítulos de esta sección desarrollan esta idea‒fuerza: la llamada de Dios a ser catequista, sus raíces profundas, el equilibrio entre la dimensión humana y el anuncio kerigmático… Ninguna de las palabras del autor supone una novedad en sí mismas, pero están bien presentadas y desarrolladas. Por ejemplo, afirma algo que no por sabido deja de causar malentendidos: “lo que resulta difícil es vivir el evangelio. Anunciarlo es consecuencia de vivirlo” (cursivas del autor, cfr. Pág. 19). Suponen, en conjunto, un buen recuerdo de la especial misión del catequista y un acercamiento a su necesaria revalorización.

El quinto capítulo, de carácter más teórico, recoge lo esencial sobre la figura del catequista del Directorio General de la Catequesis, así como el entronque de la acción catequética en el proceso evangelizador de la Iglesia. También recoge las ideas fundamentales del catecumenado y la etapa misionera. Por último, el capítulo sexto actúa de puente con la segunda parte, atisbando algunos de los temas centrales del hacer catequesis, sobre todo lo que tiene que ver con preparar las sesiones.

La segunda sección, “Hacer catequesis”, consta de catorce capítulos y tiene un carácter mucho más práctico, casi con el objetivo de ser un manual. Con un lenguaje claro y sencillo, presenta algunas de las actitudes fundamentales del buen catequista: la presencia, acogida, mirada, empatía, cuidado del lugar y ambiente, recuerdo, discernimiento, el arte de hacer preguntas, silencio, disciplina… Como el autor exponen en la introducción, esta parte brota de los muchos encuentros y sesiones de formación con catequistas en los que ha participado, de ahí, quizás, el orden y recopilación de los temas y la presencia de algunas “recetas” de actuación.

Cuatro capítulos merecen especial atención: los dos dedicados a la reunión de catequesis, ya que es el ámbito habitual en el que se desarrolla la catequesis de niños y, por lo tanto, ha de ser bien preparada, desarrollada y concluida (aspecto este último que se suele olvidar). Los dos últimos capítulos del libro tratan sobre los materiales y se acercan a las actividades. Respecto a los materiales, quizás a consecuencia de cierta “esclavitud” de los catequistas con el libro, destacan los párrafos dedicados a los límites del “método impreso” y a la libertad de los agentes para elegir los materiales y usarlos como herramienta, entre otras. La última parte, dedicada a las actividades, apenas atisba el gran número de gestos y dinámicas que se pueden realizar en la catequesis, con útiles definiciones y sugerencias para equilibrar todos los elementos de las mismas.

El libro es claramente introductorio y, gracias a su carácter didáctico, sobre todo a las secciones “Es clave”, “Flash” y “Sugerencias” en cada capítulo, especialmente adecuado para formar catequistas jóvenes o ayudar a agentes más experimentados a redescubrir el don de su misión. Puede adaptarse fácilmente a talleres y reuniones formativas. Todos los temas tratados abren a mayor reflexión y están dirigidos específicamente al catequista habitual en nuestras parroquias, por lo que quizás no resulte tan adecuado en otros ámbitos.

Podría haberse desarrollado también alguna sección dedicada a las celebraciones litúrgicas con los grupos de catequesis, pues el sacerdote tiene que ser el primero que se aplique el “ser catequista y saber hacer catequesis”. Lo mismo podríamos decir de la colaboración con los padres, responsables de la formación religiosa de los hijos mucho más allá de llevarlos semanalmente a la parroquia.

Por último, a la vista de la situación actual, he echado a faltar alguna referencia más al “primer anuncio”, ya que, aunque en el proceso evangelizador de la Iglesia la catequesis se dirige a los que ya lo han recibido, la realidad se impone y, en su mayoría, los niños y jóvenes a los que nos dirigimos no han recibido, o lo han hecho de forma fragmentaria, una primera evangelización consistente.

Todas estas carencias quedan perfectamente justificadas por la naturaleza y objetivo del libro, una lectura muy recomendable para todos los implicados en la catequesis de niños o la formación de catequistas.

A continuación puedes ver una presentación basada en el libro que he preparado:

27 de noviembre de 2012

Premios Libros y Literatura 2012

Los amigos de Libros y Literatura organizan un año más su concurso para blogs literarios, en el que participa "Precaución, se lee", con la siguiente reseña:


15 de noviembre de 2012

El primer anuncio, de Xavier Morlans

Título: El primer anuncio. El eslabón perdido.
Autor: Xavier Morlans.
Editorial: PPC. Cuadernos AECA - 3. Páginas: 207.
Año: 2009. 
ISBN: 9788428821452.

La necesidad de un “primer anuncio” del mensaje evangélico va ganando peso en la reflexión sobre la pastoral de la Iglesia en los últimos años. Paulatinamente se van creando iniciativas de “re-iniciación” en la fe que comienzan con actividades propuestas para conocer la figura de Jesucristo y, si así se decide, optar por su seguimiento. Uno de estos proyectos se ha establecido en Barcelona desde 2002 con el nombre Tornar a creure, cuyo artífice principal es el autor de la obra que nos ocupa, el sacerdote y teólogo Xavier Morlans. Miembro de la Asociación Española de Catequetas (AECA), es profesor de Teología Fundamental de la Facultad de Teología de Cataluña y consultor del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización.

El objetivo de El primer anuncio es sistematizar la manera de reinventar y activar metodologías pastorales que propicien un primer acercamiento a la persona de Jesús y que puedan conducir a un proceso de reiniciación cristiana. El subtítulo, El eslabón perdido, cobra significado al constatar que ni todos los agentes pastorales tienen claro qué es el “primer anuncio”, ni está considerado en su debida importancia dentro del proceso general de evangelización. Esta obra es una buena y clarificadora aportación a esta reflexión.

En la primera parte, Morlans intenta responder al problema de la transmisión de la fe cristiana a las nuevas generaciones, siempre desde y para una cultura europea y secularizada, mediante exposiciones sintéticas de la nueva realidad social y cultural, los retos internos de la propia Iglesia –interesante acercamiento a los problemas intrínsecos de la comunicación ad extra de la jerarquía eclesial– y la importancia creciente de un “primer anuncio”. Esta “cruz” encuentra su “cara” en la segunda parte, dedicada a engarzar la primera evangelización en el proceso global de evangelización, en la que destacan varios esquemas y tres dificultades habituales, bien expuestas.

A continuación, el autor desarrolla la relación del primer anuncio y la catequesis, describiendo sus diferencias para, junto a la cuarta parte, un estudio sintético del primer anuncio en el Nuevo Testamento, presentar la entidad propia y completa de ese primer anuncio como preparación a la fe cristiana. Se utiliza con mucha frecuencia la palabra griega kerigma para referirse al núcleo del mensaje cristiano, en la línea de otras escuelas de catequesis postconciliar, como la impulsada por el Congreso de Eichstätt de la década de 1960, pero traducido al momento actual.

Los contenidos de este primer anuncio, sus modalidades, agentes y destinatarios se despliegan en las dos últimas partes. Están pensados sobre todo para adultos y partiendo del diálogo, incluso causal. Se ofrece una “pauta estándar” en siete pasos que, sin reducirse a una receta, puede ayudar a entender la tarea de evangelizador en esta etapa. Concreta más Morlans en la séptima parte, desde una galería de breves puntos de partida según los destinatarios hasta los grandes medios de comunicación social. El autor utiliza aquí un lenguaje más personal y basado en la propia experiencia –por ejemplo, al escribir sobre los movimientos de Juventud Obrera Católica‒, sobre todo al hablar de los cantautores cristianos, que trata quizás con excesiva extensión, una concesión probable a su propia inquietud artística.

Tras un epílogo dedicado al siguiente paso, los itinerarios de reiniciación cristiana de adultos, el broche final del libro es una conclusión que prácticamente resume los contenidos anteriores y escrito de una forma que recuerda a una breve conferencia sobre el tema y que sirve para afianzar las intuiciones fundamentales del autor: el primer anuncio, a la vez restringido en su definición basada en el diálogo interpersonal y el testimonio de vida, puede concretarse en un amplio abanico de medios y modalidades, según los destinatarios y los puntos de partida. No es catequesis aún, pero prepara a la opción personal de fe encuentra su hábitat natural en nuestra sociedad secularizada. Los cristianos no debemos tener miedo a anunciar el mensaje de Jesús de Nazaret, siempre cuidando los tiempos y la libertad de cada persona, con herramientas de calidad.

En síntesis, una obra agradable en su lectura y con un marcado carácter de utilidad para el aprendiz de evangelizador o para el veterano desanimado. La bibliografía, suficiente, recoge un buen compendio de obras modernas de primer anuncio. Un libro actual que da carta de plena existencia a un primer anuncio que es “un pequeño paso para el cristiano de a pie que lo propone a un amigo en su entorno cotidiano, pero un paso inmenso (…) para la Iglesia” (pág. 192).

1 de noviembre de 2012

Credo, de Hans Küng

Título: Credo.
Autor: Hans Küng.
Editorial: Trotta.
Páginas: 196
ISBN: 978-84-87699-93-1.
Año: 1994 (2010, octava edición, en la edición comentada)

El autor de este comentario al Credo Apostólico, el conocido teólogo suizo Hans Küng, es sacerdote y catedrático emérito de Teología Ecuménica de la Universidad de Tubinga (Alemania). Fue perito en el Concilio Vaticano II y uno de los referentes de la teología postconciliar. En 1979 le fueron retiradas las licencias eclesiásticas para enseñar teología católica. Además de ser uno de los fundadores de la revista Concilium, es conocido en el ámbito hispano sobre todo por sus obras Ser cristiano (1974) y ¿Existe Dios? (1978). Desde la década de 1990 es presidente y fundador de la Fundación para la Ética Mundial, que pretende describir los puntos en común y principios éticos fundamentales de las distintas religiones del mundo. Esta breve obra, Credo, recoge lo esencial de la reflexión teológica del autor en torno a los artículos del Credo cristiano, poniéndolos en una perspectiva actual en un contexto de primacía de la razón y pluralismo religioso.

Como el mismo autor indica en la introducción, a modo de uno de los «pequeños catecismos» tan habituales en otras épocas, en el libro se van desgranando las afirmaciones del Credo de forma ordenada y con diferente profundidad, comenzando por el acto de creer y terminando con el sentido de la vida desde el mensaje cristiano. La originalidad de la obra no es tanto su carácter sintético como su objetivo de acercarse al hombre actual planteando y respondiendo, normalmente al final de cada sección, preguntas que pueden surgir en un diálogo maduro y sincero entre creyentes, fieles de otras religiones y no creyentes.

El primer capítulo del libro se dedica, como es de esperar, a la fe en un Dios Padre. Mediante una breve exposición sobre el acto de creer, en el que es más importante la confianza que lo racionalmente demostrable, el autor dialoga con los últimos descubrimientos de la biología y la cosmología. Para el autor, es posible y razonable creer en un Dios Padre creador y todopoderoso, después de entender el lenguaje bíblico en el que están recogidas estas enseñanzas, mediante una opción personal de confianza que aporta gran libertad y, al mismo tiempo, conlleva una responsabilidad ética de hondo calado.

Los tres siguientes capítulos se centran en Jesucristo, partiendo sobre todo del Nuevo Testamento. En el primero de ellos, se explica el parto virginal siguiendo las investigaciones histórico-críticas de exégesis neotestamentaria del siglo XX y, de forma ciertamente sorprendente en una obra de estas características, compara la figura de Cristo primero con Krishna y luego con Buda, con el objetivo tanto de establecer puntos de encuentro y diálogo interreligioso como de resaltar lo más original de Jesús de Nazaret y la fe cristiana en la encarnación del Hijo de Dios. A continuación, focaliza su reflexión en la pasión y muerte de Cristo, que aprovecha para contestar a la pregunta del sentido del sufrimiento y el silencio de Dios, especialmente sangrante en nuestro mundo «después de Auschwitz». Por último, el autor se concentra en la resurrección y ascensión a los cielos de Jesucristo, con un énfasis quizás excesivo en la tradición judía de la resurrección de los muertos y presentando, someramente, las diferencias entre la fe judeocristiana en la vida después de la muerte y las doctrinas de la reencarnación de las religiones orientales. En esta sección, en mi opinión, adolece de un problema heredado del mismo texto del Credo: se explica el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesús, pero se pasa por alto su vida. El autor es consciente de este hecho y lo solventa parcialmente destacando que no se puede entender ni aceptar la encarnación o resurrección de Jesús en la tierra sin «volver a Galilea», esto es, a su vida terrena, palabras, obras y enseñanzas.

El capítulo quinto considera las afirmaciones de la parte final del Credo, apenas nombrados en la fórmula pero muy importantes para la fe cristiana: el Espíritu Santo, la Iglesia, la comunión de los santos y el perdón de los pecados. Entre éstos, el tema tratado con más extensión es el eclesiológico, como es de esperar en un teólogo católico que ha dedicado gran parte de su reflexión a la Iglesia, uno de los aspectos que más se han criticado de su pensamiento y una de las causas aducidas para la suspensión de su licencia. Quizás el último apartado de este capítulo, «Espíritu de libertad» surja de la experiencia personal del autor.

Por último, se dedica un capítulo entero a la vida eterna, las palabras finales del Credo, para introducir los rudimentos de la escatología cristiana actual, menos centrada en los «novísimos» y más en el destino del hombre, la actitud ante la muerte y la esperanza en un más allá gobernado por un Dios amoroso. De soslayo, se exponen dos temas candentes de bioética: el derecho a morir con dignidad y la responsabilidad en el comienzo de una nueva vida humana. Si bien no es el objetivo del libro, estos temas de tratan de forma demasiado superficial y plantean más incógnitas que certezas, al contrario que en el resto del libro. El ensayo recupera parte de su fuerza en las tres últimas páginas, de gran profundidad en su brevedad y que actúa como sello de la obra, sobre el sentido final de la existencia, una vida radicalmente «humana, alimentada por la esperanza, basada en la fe y consumada en la caridad».

En resumen, se trata de una obra eminentemente personal, escrita con vigor y fruto de largos años de labor teológica. Cada párrafo puede compendiar libros enteros, en un esfuerzo encomiable de síntesis que favorece la lectura. Libro dirigido para lectores no especializados, los más exigentes, pueden encontrar una breve bibliografía en las notas. En mi opinión personal, bien guiado, puede servir como base para grupos de formación cristiana con adultos o como pórtico a las obras más completas y extensas de Küng.

20 de febrero de 2011

Valor de ley, de Charles Portis

Título: Valor de ley. (título original en inglés: True Grit).
Autor: Charles Portis.
Editorial: Debolsillo.
Páginas: 202.
ISBN: 978-84-9908-733-7.

La reciente adaptación al cine de este clásico del Oeste por parte de los hermanos Coen me ha permitido acercarme a este extraordinario relato, que ha conseguido incluso reconciliarme con un género (y un ambiente) al que no me asomaba desde hace años, algo que no consiguió el por lo demás gran Cormac McCarthy con Meridiano de sangre.

El argumento de la novela resultará conocido a muchos aficionados al género, sobre todo por la adaptación al cine protagonizada por John Wayne en 1969: Mattie Ross, una joven de catorce años, contrata al marshal Rooster Cogburn para buscar y llevar ante la justicia a Tom Chaney (si es que ése es su verdadero nombre), el cobarde asesino de su ejemplar padre. Ahora bien, el relato no es una sucesión de aventuras, ni una de esas colecciones de "cosas-que-deben-pasar-en-libros-como-este" en las que se convierten algunos superventas actuales. Es la narración de una voluntad firme y decidida, encarnada en una niña que tiene poco de estúpida, contada por ella misma tras muchos años, ya convertida en una solterona autosuficiente.

El título original, True Grit, hace mucha más justicia a la protagonista. De hecho, un título como "Lo que hay que tener" o, simplemente "Agallas de verdad" sería, además de más fiel, más adecuado. Supongo que si Cogburn hubiera existido se habría removido en su tumba ante la tendencia de traducir los títulos libremente: la segunda película con Wayne como el justiciero, Rooster Cogburn (1975), se tradujo en España como El rifle y la biblia.


Volviendo a la novela, es un relato ágil, salpicado de enjundiosos monólogos de Mattie, que contempla la realidad en toda su crudeza pero no ceja en su empeño. De hecho, es una persona a la que podríamos calificar de especialmente molesta, por su constancia, su determinación, su valentía, virtudes que muchos consideramos admirables, pero que pueden, con frecuencia, causar hastío y envidia en los demás.

Si el personaje de Mattie es el que más destaco, no es más que porque ya se ha escrito suficiente y bien de Cogburn, un "héroe", gris, borracho, pendenciero y violento, malvado por momentos y honorable en otros. Capaz tanto de admirar a gente como William Quantrill como de agotar hasta la muerte a un pony para salvar la vida de una niña entrometida.

La traducción que he leído, realizada por Eduardo Mallorquí en su momento, es digna, con algunas notas sobre personajes o palabras de jerga western que ayudan a entender el sentido de lo dicho. Hay un par de errores leves: el primero, cuando, al contrario que en otras acertadas ocasiones, no traduce la paráfrasis del relato de Marta y María del Nuevo Testamento; el segundo, traducir marshal, de por sí una palabra difícil, como comisario, en lugar de como alguacil.


Una novela muy recomendable, que se puede comprar a buen precio y que, sin duda, es una clásico no tanto del Oeste como de la naturaleza humana.

9 de febrero de 2011

Más material para leer

Gracias a los amigos de LibrosyLiteratura y a su concurso, he recibido un lote de libros nuevos para leer, disfrutar y comentar en este blog (ya aviso que alguno directamente lo regalaré...). Entre otros, el nuevo de Umberto Eco, que tenía muchas ganas de leer:



20 de diciembre de 2010

La historia del comienzo, de Eduardo Riaza

Título: La historia del comienzo. Georges Lemâitre, padre del Big Bang.
Autor: Eduardo Riaza.
Editorial: Encuentro.
Páginas: 136.
ISBN: 9788499200286

En un relato de Arthur C. Clarke que siempre me ha encantado, un astrofísico jesuita, miembro de una misión de exploración espacial multidisciplinar, lamenta en su monólogo de que sus colegas no reconocen los méritos de su orden en el avance de la ciencia: "siempre, desde el siglo XVIII, hemos estado haciendo contribuciones a la astronomía y a la geofísica, desproporcionadas con nuestro número".

Soy de los que piensan que para ser ateo hay que saber mucha pero que mucha teología... y no poco de historia de la Iglesia. Así, me repugnan los pazguatos que rechazan como un todo a un grupo humano, el de los creyentes católicos, como una caterva de ignorantes inquisidores quemadores de Galileos y enemigos del progreso porque, a pesar de lo mucho que tiene la Iglesia por lo que pedir perdón, no se le puede discutir, objetivamente, su contribución al desarrollo de la humanidad. Y eso sin entrar en razonamientos de fe y costumbres.

Si a alguien entendido y leído le preguntas por las contribuciones de clérigos o religiosos católicos a la ciencia como máximo saldrá a relucir Mendel, por la bucólica imagen de monjecillo cría guisantes que nos queda del Bachillerato o, para los más perspicaces, Copérnico, el canónigo. Pues no: hay muchísimos más (y lo que es mejor, los sigue habiendo). Los suficientes para que haya que repensar el prejuicio de cristiano = acientífico, en plan Ágora.

En el libro que nos ocupa el protagonista, además de falso narrador como licencia artística, es uno de los científicos católicos más importantes, influyentes y desconocidos del siglo XX: Georges Lemaître, belga de nacimiento, físico de formación, sacerdote católico de vocación. Uno de los enfants terribles de la física de la primera mitad del siglo pasado, formado en las dos Cambridges, participante en los Congresos Solvay y capaz de arrancar del parco Einstein tanto elogios como críticas.

En La historia del comienzo, el profesor de física E. Riaza nos presenta una "falsa" autobiografía de Lemâitre, al estilo de pastiche holmesiano en el que siempre se encuentra una caja sellada con un nuevo relato de Watson. El estilo es didáctico, muy sencillo, cronológico y con total ausencia de ecuaciones o disertaciones complicadas. Va recorriendo los hechos más importantes de la vida del científico, salpicando de anécdotas el relato, consiguiendo una lectura rápida y agradable. Tan sencillita que parece que la ha escrito para sus alumnos.

El mérito es grande. No hay absolutamente nada escrito sobre Lemâitre en español (y apenas nada en inglés). Además, el autor consigue evitar entrar en la supuesta confrontación fe-ciencia que la vida del personaje podría haberle dado pie a participar. Más bien se centra en lo cronológico de su vida, sin entrar en su periplo vital, sin apenas asomarse a sus causas, a las dificultades de su vida entre sotanas y batas blancas... He echado de menos mayor profundidad, quizás alguna página más compleja sobre las teorías de Lemâitre, como en las biografías de científicos de Nivola...
Einstein y Lemâitre

También me hubiera gustado que precisase más sus contribuciones a la teoría del Big Bang, que él nunca llamó así, a sus artículos y colaboraciones, a sus ideas pioneras sobre informática o a su trabajo como presidente de la Pontificia Academia para las Ciencias bajo el mandato de papas como Pío XII. De igual forma podría haber evitado el recurso literario de la autobiografía, que personalmente no valoro positivamente en general. Entiendo que el autor, que cada día tendrá que lidiar con alumnos de la ESO, ha querido acercarse a su nivel. Loable esfuerzo, que se agradece.

Concluyendo: una agradable introducción a la vida de un científico casi desconocido, didáctica, sencilla, para todos los públicos... Excepto si quieres profundizar en la vida del gran Lemâitre. Para ello, habrá que esperar a una biografía completa y crítica, que difícilmente veremos en castellano.

Como colofón, inserto un vídeo sobre Lemâitre y el libro interesante, por el mismo autor del libro:



Por cierto, si alguien no ha leído el relato de Clarke que abre esta reseña, son las fechas adecuadas para hacerlo.